
El fundador de la red social está siendo presionado por un grupo de inversores para que abandone el liderazgo de la compañía. Pese a llevar dos años con beneficios, el potencial económico de Twitter siempre ha sido un problema.
Elliott Management, un fondo de inversión norteamericano, amplió hace unas semanas sus participaciones en Twitter por valor de unos 1.000 millones de dólares que en la práctica le permite ser el propietario del 4% de la firma. Según informó Bloomberg en un primer momento, Elliot buscaba tener cierto control de acción para impulsar cambios en Twitter, quizá la gran empresa de la era de las ‘big-tech’ que pese a su conocimiento general nunca ha conseguido arrancar grandes beneficios.
Tras unos días de negociación, Elliott, Dorsey y el equipo directivo de Twitter parece que han llegado a un acuerdo. Según ha explicado la compañía en un comunicado, la junta directiva de Twitter contará con tres nuevos cargos, uno cedido a Elliott Management, otro a Silver Lake, otra firma de capital privado que invertirá otros 1.000 millones, y un tercero aún por debatir que tendrá carácter independiente. Pero lo que es quizá más importante, los mismos miembros de esta junta formarán un comité que buscará “a medio plazo evaluar un plan de sucesión del CEO” Jack Dorsey.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Dorsey, un CEO de dos empresas con su propia idiosincrasia
La historia de Jack Dorsey se entronca con la del creador de Silicon Valley, original, creativo y hasta cierto punto obsesivo con los objetivos de sus productos. Tras crear la red social en 2006 con Noah Glass, Biz Stone y Evan Williams, Dorsey tomó desde el comienzo el rango de CEO. Sin embargo, fue retirado de ese cargo en 2008. Tras pasar por distintos niveles de implicación, se desligó por completo de Twitter unos meses para después volver, hasta que en 2015 la junta le volvió a elegir de nuevo como CEO.
Biografías, entrevistas y artículos han hecho célebre también su particular estilo de vida, pues Dorsey ha asegurado en varias ocasiones que practica el ayuno y come una sola vez al día, se le ha acusado de estar más focalizado en sus clases de yoga que en la propia gestión de la empresa, o de viajar demasiado para estar centrado en el futuro de Twitter.
El Wall Street Journal lo introdujo en 2017 en su lista de peores directivos del año, y la rentabilidad de Twitter nunca ha acabado de despegar desde que saliera a bolsa en 2013. Desde su regreso en 2015, las acciones de Twitter han caído un 6,2%, mientras que las de Facebook subieron un 121%.
Sin embargo, de lo que más acusan a Dorsey los grupos inversores que han entrado en la junta es que sea el CEO de dos compañías a la vez. Dorsey fundó Square, una plataforma de servicios financieros y de pagos por el móvil en la época en la que se alejó de Twitter.
Elliot, un grupo inversor que ya ha trastocado a AT&T
Elliot Management es un fondo cuyo hombre clave es Paul Singer, un multimillonario donante del Partido Republicano al que medios como el New Yorker han descrito como “uno de los inversores más poderosos e inflexibles en el mundo. Singer es mejor conocido como un inversionista «activista», que utiliza los recursos de su fondo, unos treinta y cinco mil millones de dólares, para comprar acciones en compañías en las que detecta debilidades.
Una táctica distintiva de Elliott es el lanzamiento de una carta criticando severamente al CEO de la compañía objetivo, que a menudo es seguida por la renuncia del ejecutivo o la venta de la compañía”.
El grupo Elliot ya ha hecho esta táctica por ejemplo con AT&T, el gigante de las telecomunicaciones, pues logró la venta de hasta 9.000 millones de activos para seguir con la hoja de ruta de remodelación que propuso. En pocas palabras: un CEO con apariencia bohemia contra un tiburón de compañías.
Veremos en unos meses cómo continúa esta particular pugna de poder, si Dorsey está verdaderamente involucrado en mantener Twitter, una red social que ya no engancha como antes a nuevos perfiles. Twitter cuenta hoy con 330 millones de usuarios activos mensuales, apenas 28 millones más que hace cinco años. Y además tampoco es una herramienta donde la comunidad perciba bien los cambios: ni el aumento de caracteres de hace unos años, con el objetivo de aumentar justo el tiempo de retención, ni los cambios de time-line, ni los nuevos ‘fleets’, mensajes que se eliminan a las 24 horas y que empujan a la liga de lo efímero que inventó con éxito Snapchat y que plagió y explotó Instagram.